Rosa Elvira Cely, asesinada en 2012 en Bogotá.
Rosa Elvira Cely, asesinada en 2012 en Bogotá.
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Feminicidio: mujeres distintas, pero tragedias iguales

Peligro en el confinamiento.

La muerte de Rosa Elvira Cely de 35 años, no fue una más de las registradas en la gélida estadística de asesinatos de mujeres en Colombia motivadas por el simple hecho de su género.

En la madrugada del jueves 24 de mayo de 2012, a manos de su compañero de colegio, un monstruo despreciable llamado: Javier Velasco Valenzuela, Rosa Elvira madre soltera de una niña de 12 años fue violada, torturada, apuñaleada, golpeada y empalada por el ano, ocasionándole la rotura de sus intestinos y órganos pélvicos, desencadenándose 4 días después su muerte

El encontrarse sola, desnuda, y paralizada, abandonada en un paraje del Parque Nacional en la fría Bogotá, no le impidió realizar a las 4:47 de la mañana una primera llamada a línea de emergencias 123, solicitando ayuda además relatando valientemente los vejámenes de los que había sido víctima e identificando a su autor, comunicación que volvió a repetir a las  4:50 a.m. indicando su ubicación dentro del parque.

Esta dolorosa muerte, conmovió las más profundas fibras del país, pero no fue en vano porque paradójicamente contribuyó a partir en dos la oscura historia de crímenes contra mujeres en Colombia.

Tres años después del brutal asesinato de Rosa Elvira, fue promulgada la Ley: “Rosa Elvira Cely”, identificada con el número 1.761 del 6 de julio de 2015, mediante la cual se sanciona el feminicidio como un delito autónomo e independiente a los de Violencia Intrafamiliar y Homicidio, nació jurídicamente con una severa pena que oscila entre 250 y 500 meses de prisión para sus autores.

El legislador en la exposición de motivos de la ley, destacó el deshonroso segundo lugar ocupado por Colombia después de México en el contexto suramericano, país donde se registraban para la época más feminicidios.

Esa fue parte de la motivación de la imperiosa necesidad de expedir la norma con el firme propósito de hacerle frente a la violencia sistemática y continúa del que eran objeto las mujeres en el país.

“La expresión feminicidio se refiere al tipo penal que castiga los homicidios de mujeres por el hecho de ser tales en un contexto social y cultural que las ubica en posiciones, roles o funciones subordinadas, contexto que favorece y las expone a múltiples formas de violencia”.

Antes de la promulgación de la Ley “Rosa Elvira Cely”, según cifras del Instituto Colombiano de Medicina Legal, durante 2014 se produjeron 1.007 feminicidios en Colombia.

No hay duda de la relevancia del sacrificio que para la historia significa el feminicidio de Rosa Elvira Cely, pues aunque este tipo de delito ha venido siendo sancionado, preocupa que pese a la expedición de la ley, la ocurrencia de feminicidios siga en aumento.

Sin embargo, es claro que su muerte contribuyó positivamente, no solo para castigar ejemplarmente a los feminicidas, sino para inocular en las mentes del colectivo social,  la necesidad de ser conscientes de la responsabilidad de todos en la protección de los derechos de la mujer.

Infortunadamente para la sociedad colombiana aún continúan sucediéndose este tipo de crímenes, lo que demuestra la necesidad de adoptar una política pública más eficaz que traspase mas allá de la mera legislación punitiva e inicie procesos culturales y educativos en pro del respeto del género femenino.   

Kenede Susana Vega.

Bendito cabello

El sol canicular de pleno verano del mes de abril del año 2005, inclementemente golpeaba la humanidad de los 22 jugadores, que disputaban el campeonato nacional de fútbol colombiano.

Armando José Castro Maldonado, líder de la barra brava 'Los Kuervos', en frenético viaje envenenado por el consumo de licor y abuso de drogas, delirantemente saltaba sin cesar en la Tribuna Norte del Estadio Metropolitano de Barranquilla, animaba al equipo Junior del alma barranquillera, su euforia solo se sosegó para posar su mirada en Kenede Susana Vega Garizao, moza de 15 años caracterizada por su hermosa cabellera, joven a quien a los pocos meses de conocidos convenció para que se fueran a convivir.

Kenede Susana al ver a Armando José sintió “amor a primera vista”, pero con el paso de los años aquella relación se convirtió en su propia tragedia. Así lo comentó en nuestra entrevista, apuntando además el significativo hecho de haberle parido a su primer hijo varón, cuando ella tenía 17 años, niño quien hoy cuenta con 9 años de edad.

Adicionalmente, tienen en común una niña de 7 y un varoncito de 4 años,  niños por los que ha luchado incansablemente sin lograr que vuelvan a estar efectivamente a su lado, pues no tiene trabajo para mantenerlos, razón por la cual se encuentran en casa de una tía paterna en Bogotá.

El dolor del asesinato de su madre Iris Gariazo Galván por la guerrilla en el Departamento de Santander, tempranamente la obligó a buscar fortuna en tierras costeñas, topándose aquella tarde de fútbol con quien sería el hombre que terminaría de marcar su infortunio para el resto de su vida.

Fueron 11 años en los que en su mente cada instante retumbó la frase: “te voy a cortar el pelo”, constante de una relación permeada por la violencia física y psicológica, después de cada paliza venía la consabida reconciliación, en un círculo vicioso que tuvo por escenario de su penúltima agresión la ciudad de Santa Marta, transcurría el mes de junio de 2018 cuando se produce la enésima separación de la pareja.

Kenede Susana cansada del maltrato decide romper definitivamente la relación con su marido, regresando sola a la ciudad de Barranquilla, ya que le era imposible viajar y mantener a sus tres hijos, su sueño era conseguir un trabajo para luego traerlos a su lado.

Dos meses después bajo el engaño de dialogar para la entrega de sus hijos, Armando José Castro Maldonado la cita en casa de su hermana, ubicada en el Barrio La Gaviotas de Soledad, siendo las 10:30 de la noche del 21 de agosto de 2018, ante la negativa de Kenede Susana de acceder a tener contacto sexual con su expareja, éste materializa su amenaza sentenciada durante 11 años, al repetirle constantemente “te voy a cortar el pelo”, procediendo a córtaselo sanguinariamente desde el cuero cabelludo al pegue de su cráneo, fueron 4 heridas que la llevaron a una Unidad de Cuidados Intensivos, en donde le ganó la pelea a la muerte.

Hoy continúan las audiencias por el delito de Tentativa de feminicidio,  por el que está siendo procesado Armando José. Entre tanto, Kenede Susana continúa bregando para superar las secuelas físicas y sicológicas que le aquejan, sigue anhelando volver a estar al lado de sus hijos, sueño aplazado por no tener un empleo.

Diana Esther Beleño Melo.

Probada con fuego 

El sábado 22 de febrero de 2020 no era un día ordinario para la 'Puerta de Oro de Colombia'. Barranquilla celebraba su Batalla de Flores, multitudinario desfile a lo largo de la vía 40, fungía como testigo de excepción el cumbiodromo, epicentro de la alegría desbordante irradiada desde las danzas, comparsas, y disfraces del segundo carnaval más importante del continente, una cifra cercana a 300 mil espectadores se contagiaban de la felicidad multicolor.

En contraste con el jolgorio de las carnestolendas, en un centro hospitalario del sur de la “capital de la alegría”, Diana Esther Beleño Melo de 27 años iniciaba su lucha por superar quemaduras en el 70% de su cuerpo.

Pasadas las 5 de la tarde de aquel fatídico día, la mujer llega en compañía de Marlon Enrique Jiménez Ortiz, padre de sus dos hijos: uno de solo 24 días de nacido y el otro de un año de edad, solicitando atención médica tras presentar el relato de la historia de un accidente casero, del cual resultó envuelta por las llamas expelidas desde la estufa donde cocinaba sus alimentos, quemándose el rostro, espalda, pecho, costados y extremidades, estaba ardida en casi la totalidad de su menuda humanidad.

Diana Esther asistida en una unidad de cuidados intensivos, luchaba literalmente contra la prueba de fuego, que se le impuso contra su voluntad. Pasaron tres días para que la historia del accidente casero terminara desplomándose como un castillo de naipes a causa del deceso de la joven mujer develándose la verdad de lo sucedido.

Antes de morir valientemente relató la verdad verdadera de lo sucedido aquel nefasto sábado de carnaval, confesándoselo todo a Jhonis Beleño su hermano menor, a Carlos Hernández médico tratante y a Carmen Jiménez Orozco trabajadora social del hospital donde recibió la atención médica.

Estos tres testigos fueron receptores directos de la versión de Diana Esther, constituyéndose en soporte fundamental para la investigación criminal sustanciada por Rodrigo Restrepo Reyes, Fiscal Delegado, quien solicitó la legalización de la captura, imposición de medida de aseguramiento en cárcel e imputó el delito de feminicidio a Marlon Enrique Jiménez Ortiz, como presunto autor de  semejante crimen.        

Pues no era para menos porque desde el punto de vista de la ley penal, los tres testimonios eran coincidentes, conducentes, pertinentes, concluyentes y útiles para establecer la responsabilidad de quien convivió por dos años y medio con su víctima, asiduo bebedor, maltratador, drogadicto e irresponsable, que: "desde el viernes 21 de febrero, había salido a tomar, llegó amanecido ese sábado de carnaval, al solicitársele el cumplimiento de las obligaciones para el sustento del hogar, donde no había comida para Diana Esther ni para sus dos bebés de brazos, reclamo al que Marlon Enrique respondió rociándola con un tarro de gasolina para luego prenderle fuego", según lo relatado por la víctima, narración de los hechos que sirvió para ser presentados como evidencia en la audiencia por parte el fiscal de conocimiento.

Amor y control 

Rosa Elvira Cely a sus 35 años quería validar la primaria, su intención era progresar en la vida para impulsar el desarrollo de su hija de 12 años, por quien trabajaba honestamente para ser un buen ejemplo.

Esta madre soltera como muchas mujeres del país vivía del trabajo informal, del que devengaba lo estricto para financiar sus necesidades básicas, las de su hija y madre con quienes convivía. 

Decidió matricularse en la nocturna del colegio Manuela Beltrán de Bogotá, donde conoció a su victimario con quien inició una relación de amistad desconociendo su prontuario. Su único error fue confiar en la amistad ofrecida y en aceptar una invitación a departir en la víspera de su feminicidio.   

Keneda Susana Vega Garizao tenía 24 años cuando el padre de sus tres hijos, cumplió la amenaza con la que la violentó psicológicamente durante más de una década.

Apasionada por el bienestar de sus hijos se entregó a una relación tóxica, que giró alrededor de la manipulación de sus sentimientos maternales, amenazados siempre con las pérdidas de la custodia de los niños y la de su hermoso cabello.

Providencialmente su “bendito cabello” objeto del ensañamiento de su victimario,  fue el que enervó su fortaleza interior motivada por su deseo inquebrantable de vivir para sus hijos, permitiendo sobrevivir a la tentativa de feminicidio de la que fue víctima.   

Diana Esther Beleño Melo con 25 años desde lo más profundo de su ser, deseaba con todas sus fuerzas darle un hogar a su hija de 4 años, fruto de un primer fracaso marital, conoció a su victimario quien le ofreció iniciar la nueva vida tan anhelada.

Bastaron dos años y medio de convivencia para que se sucedieran los dos hechos más significativos de su historia, el nacimiento seguido de sus dos hijos y su feminicidio a manos del padre de las criaturas, quien puso a prueba sus sentimientos a punta de fuego.   

Aunque Kenede Susana sobrevivió a la tentativa de feminicidio, Rosa Elvira y Diana Esther sucumbieron a sus cruentos ataques, hoy sus familiares e hijos enfrentan tragedias iguales.

Los huérfanos de feminicidio son olvidados y estigmatizados por una sociedad indolente que les abandona a su suerte, sin importarle las graves secuelas psicológicas que arrastraran a cuestas durante todas sus vidas.

“El feminicidio es un hecho aberrante porque es la violación a los derechos humanos de las personas que no parecieran ser consideradas humanas: las mujeres. Es aberrante porque el 90% de los casos sucede en el lugar más seguro, la casa. Y además lo realiza la pareja o expareja, esa persona con la que se compartió, con la que se tuvo hijos, a la que se amó. Además de ello la forma como se asesinan a las mujeres es con sevicia demostrando que existe odio. Lo más grave es que sucede con frecuencia a las mujeres, el feminicidio es un continuo de violencia que termina en esa tragedia que enluta los hogares. Es un hecho que se ha considerado de salud pública, las cifras son escandalosas en aumento, tiene que preocupar a los gobernantes, pero también a la sociedad civil, hoy tenemos que reaccionar”,

Este último concepto me lo comentó mi amiga Emma Doris López, presidenta de la Red de Mujeres contra la Violencia, mientras compartíamos un café en la música ambiental sonaba tenuemente 'Amor y Control', la canción de Rubén Blades que relata el drama de dos familias, una donde la muerte inevitable acecha a la matrona con un cáncer terminal y en la otra familia las drogas acaban con la vida de un joven adicto; al fondo se alcanzaba a escuchar perfectamente el estribillo, cantado por la voz inconfundible de Rubén, que decía “Dos personas distintas, pero dos tragedias iguales"

Fue entonces cuando arribé a la conclusión, que no importan las diferencias entre las mujeres víctimas del feminicidio porque siempre la tragedia será la misma para sus huérfanos, familias, sociedad y para el ser humano en sí mismo.

Hoy alarma en la etapa de confinamiento en que nos encontramos por la pandemia, el que las mujeres sigan siendo víctimas de una escalada de violencia de género, exacerbada por el encierro obligatorio compartido con sus propios verdugos. No podemos permitirnos como sociedad que se sigan sucediendo, parodiando la narrativa de la canción de Rubén Blades, más feminicidios entre “Mujeres distintas, pero produciendo tragedias iguales”.

Por Orlando Caballero Díaz, especial para zonacero.com

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